Hace un tiempo, antes de irme a vivir afuera, empecé a escribir “crónicas docentes”. Quería inmortalizar algunos aspectos de la docencia. En general, los más divertidos, aunque también los que más me angustiaban.
Cuando releo esos textos me sonrío porque recuerdo por qué los escribí o qué pensaba en ese entonces, pero de algunos datos dudo, no estoy segura si fueron así. Creo que esa es una de las cosas interesantes y asombrosas de la escritura, como puede ser tan propia y a la vez ajena.
Esos relatos de todos modos no tienen valor literario, al menos no para mí. Fueron un ejercicio catártico que en su momento cumplió su cometido. Ahora, dando el taller de tesina para los estudiantes del profesorado, resurgieron porque el trabajo final es una memoria de clase o memoria narrativa, pero son dos cosas diferentes.
Daniel Suarez (2007), especialista en el tema, las define de la siguiente manera:
La documentación narrativa de prácticas escolares es una modalidad de indagación y acción pedagógicas orientada a reconstruir, tornar públicamente disponibles e interpretar los sentidos y significaciones que los docentes producen y ponen en juego cuando escriben, leen, reflexionan y conversan entre colegas acerca de sus propias experiencias educativas.
Independientemente de si querés hacerla más formales o más a modo de anécota, escribir sobre lo que pasa en clase no me parece una pérdida de tiempo. ¿Por qué no escribir sobre las aulas que habitamos? ¿Por qué no tomar la escritura como un insumo para nuestra propia reflexión y aprendizaje? Al estilo diario íntimo si se quiere, podemos tomar notas no solo de las cosas que pasamos, sino de cómo las vivenciamos.
Esta entrega de chips de escritura se choca un poco con el newsletter, pero bueno, es que soy la misma persona y a veces es difícil dividirme.
Te voy a compartir una de las que escribí yo, hace varios años. No es una memoria narrativa, no serviría como documentación o como recurso de investigación. Es simplemente una “crónica” con muchas comillas, una anécdota. Pero por algo se empieza, por eso les conté que existe toda esa línea de investigación. Podés escribir para analizar y reflexionar sobre tus propias prácticas, o podés escribir para retratar un momento de clase, una situación que te despertó algo. ¿Parecen cosas muy similares no?
La bailarina
Un día estaba escuchando la radio, y suena de One Direction, “No control”. No me pregunten por qué pero mientras escuchaba la canción me imaginé toda una historia y una coreografía para filmar en las instalaciones del colegio con mis alumnos de 16 años. Sí, todo eso pensé. En ese entonces los directores tenían muy buena predisposición y yo confiaba en que me iban a decir que sí, pensaba argumentos para que una profesora de lengua y literatura hiciera eso con sus alumnos, todo lo que se me ocurría no tenía que ver con la materia: “afianzar los lazos entre los alumnos” “despertar la creatividad” “trabajar la disciplina de aprender una coreografía”, entre otros…
A pesar de eso, se los dije a mis alumnos, al principio me miraron raro, pero después se coparon con la idea y hasta los más tímidos tenían ganas de hacerlo. Incluso me contacté con una amiga que había estudiado Diseño de imagen y sonido para que viniera a filmarlo. Además, le conté al profe de educación física como para que me prestara su hora si llegaba a necesitarla y me dijo que sí. Debo decir que cuando se me mete algo en la cabeza tiendo a hacer estas cosas, no me pueden decir que no lo intento. ¿Qué hice? Armé la coreografía, la parte del estribillo que era la que más me gustaba, y pensé: “estos pasos quedarán bien en los hombres?” Le conté a mi novio. Escuchó la canción y leyó la letra. Me dijo que le parecía un poco subida de tono. Yo no me había puesto a escuchar exactamente qué decía, tenía presente el tema del “no control”, pero no mucho más. Resulta que la canción dice algo así como “al lado tuyo soy como un arma cargada, no aguanto más”. Era un poco subido de tono, pero yo confiaba en que ni ellos ni los directivos iban a escucharla, si no ¿cuántas canciones podríamos bailar sin culpa? Nada iba a detenerme.
Un viernes frío de junio, invitamos a dos amigos a comer una picada a casa. Después de unas copas de vino les conté sobre mi proyecto de videoclip, se me rieron en la cara. Les propuse aprenderse la coreo así yo veía si valía la pena hacerlo, porque quizás los pasos eran muy femeninos para los varones (sí, me preocupaba eso). Se ve que ellos también tenían unas copas de más porque accedieron.
Terminamos todos transpirados con la ventana abierta, con 5 grados, pero muy divertidos, ¡la coreografía les salía muy bien! Sentí una satisfacción enorme, nos filmamos incluso. Yo ya estaba lista para encarar a los directores, hasta que uno de estos dos amigos me dijo:
-¿Sabés que mientras vos les estés enseñando la coreografía ellos te van a mirar el culo, no?
Y con ese simple comentario lanzado desde la visión –cruel- masculina, desistí.
🍪 Actividad de esta entrega: Más allá del uso pedagógico que se le pueda dar, la invitación de esta entrega es a justamente entregarse a la escritura sin demasiadas pretensiones. Seguro hay alguna anécdota en la semana, algo que nos hizo reír o algo que nos hizo preocupar, incluso llorar. ¿Qué fue? ¿Por qué dolió?
Y podríamos ir un poco más allá, ¿no sería lindo recopilar distintas anécdotas de los profes, directivos, no docentes, estudiantes, en un libro?
🍪 Recurso de esta entrega: El artículo de Daniel Suárez