Puntos de inflexión o de cómo la escritura se va transformando con uno
El último año de la secundaria escribí una novela. En ese momento entendí que la escritura podía ser una forma de expresión y escape al mismo tiempo. No había ido a ningún taller. Solo escribía para las clases de literatura y en realidad lo que más disfrutaba era escribir textos de opinión.
Nunca dudé si estudiar Letras. Pero no lo hice por la escritura. No me anoté pensando que algún día podría escribir y menos mal, porque la carrera no te prepara para eso. Me anoté por el amor a la literatura y a la profesora que tuve. Sin embargo, en la universidad, descubrí la lingüística y me enamoré. Seguí esa orientación a pesar de cursar varias literaturas.
En mi rol de docente, me sentía cómoda explicando sintaxis o clases de palabras, armaba canciones, hacía payasadas. Una vez un séptimo grado me terminó aplaudiendo.
Amaba dar consignas de escritura, lástima que me dejaba llevar por los errores de ortografía más que otra cosa. Pero igual jugaba. Los hacía soltar la mano, escribir sin pensar demasiado, compartir lo que habían escrito. Le dedicaba también mi tiempo y mi pasión a la lectura en clase. Me emocioné cuando vi la hoja de una alumna de doce años que decía “El Cid ♥”.
La segunda novela que escribí no la terminé. Fue a los 19 años. Había surgido de una necesidad también. Mientras la primera respondía a mi angustia por terminar el colegio (sí, ya sé lo que deben estar pensando), esta respondía a darle cauce a un nuevo universo que se había abierto ante mí. Había empezado a bailar tango y no paraban de sucederse escenas y situaciones que me empujaron a ficcionalizar ese universo. El hobby me duró un año y la novela mucho menos. Llegué a escribir cincuenta páginas, entrevisté al profesor, pero perdí rápidamente el interés por la escritura y por esta danza.
Volviendo a mi experiencia en el aula, en un momento quise aprovechar cuando les daba consignas de escritura, para escribir yo también. No pude nunca. Me había anulado. Había puesto la escritura como algo que hacían otros, mis alumnos/as, no yo. Yo estaba ahí para ayudar, guiar, corregir, evaluar. No para escribir. Así fue que durante muchos años no escribí nada que no fuera una monografía o ensayo. Ya ni siquiera volcaba mi angustia adolescente en un blog con menos de diez visitas.
Hasta que hubo otro punto de inflexión. El fin de una relación laboral que para mí significaba mucho. Escribí un primer borrador de una novela. Después de años me había sentado, había empezado y había “terminado”. Fue casi un vómito, en todo sentido. Las cosas estaban muy frescas y se notaba. La dejé descansar, pero cuando volví a leerla no sentí ganas de corregirla, retomarla, reescribirla. Había sido un ejercicio interno. Y ahí entendí que no todo lo que uno escribe tiene que terminar siendo algo. Es normal .
Un tiempo después tuve otro punto de inflexión. Me fui a vivir afuera. Empecé a sentir nostalgia por la profesión a la que le ponía pausa. Me iba de la escuela y no sabía qué iba a hacer. Entonces recolecté anécdotas y las fui escribiendo como si fueran crónicas. No sé si están logradas o no. Creo que no, pero en su momento me sirvieron para canalizar lo que me pasaba, grabar esas situaciones entre cómicas y confusas que se viven en el aula. Seguía escribiendo sin otra pretensión que hacerlo para mí. Leerme para revivir esos recuerdos, escribir para encontrarme. De nuevo la escritura aparecía como catarsis. ¿Dónde estaba el problema? ¿Por qué no podía ir más allá de eso?
No se puede contar nada si todavía se está dentro de ello (Italo Calvino)
Cuando volví a Buenos Aires, algo pasó. Una imagen. Sentí el deseo de escribir. Lo hice. En dos días había escrito veinticinco páginas. Llegué a cincuenta y empecé todo otra vez. Planifiqué. Escribí hojas y hojas de ideas sobre los personajes y conflictos. La terminé. Y desde ese entonces, salvo breves pausas, no paré.
🍪 Propuesta de esta entrega:
Es lindo mirar para atrás y ver el recorrido que uno hizo (y sigue haciendo). Quiero proponerte, si tenés ganas, que hagas un racconto de tus pasos en la escritura. Por más pequeños o banales que puedan parecerte siempre nos llevan a otra cosa.
Neil Gaiman en esta conferencia que te dejo acá, plantea el ejercicio de la montaña. Podés verlo y aplicarlo, pero yo te propongo uno un poco más simplificado porque el de la montaña busca una meta y no siempre uno la tiene, o al menos con claridad.
Te invito a que pienses en tus momentos de escritura, estos puntos de inflexión que fui señalando, todos los tenemos. Puede ser un punteo, puede ser un mapa, un dibujo en el que visualices los momentos de tu escritura, se pueden incluir los obstáculos y también esas llaves que te abrieron nuevas puertas o miradas.
🍪 Recurso de esta entrega: